viernes, 20 de marzo de 2015

Mentiras en primavera


Todo comienza con una mentira. Contigo se trataba de sueños y de lugares mágicos. Como cuando me llevabas a Egipto. No importaba que hubiera pasto, ni altos árboles con sus largas y reconfortantes sombras, en lugar de palmas abandonadas entre kilómetros de arena. No importaba que mi mano se paseara por las curvas en bajo relieve de una serpiente emplumada en lugar de una cobra. Yo estaba en Egipto. Gracias a ti.

Cierta primavera, descubrimos a los pájaros. ¿Te acuerdas? Guacamayas, periquitos y cacatúas que usaban patines y otros juguetes a su tamaño. ¡Qué gran maravilla! Y nosotros de colados, viendo los ensayos en el teatro al aire libre. Por supuesto, jamás olvidaré a mi amigo, el tucán. Sí, yo sé que tú no has olvidado la felicidad pura en mi rostro cuando él se acercó a mí. “Mi amigo, el tucán”. Así lo llamaste, desde entonces.

Las tardes eran infinitas a tu lado, a lo largo de mi tierna infancia. No había nada más hermoso que el sol escarlata, y la suave brisa húmeda que viajaba desde la bahía. Las noches en la alberca parecían ocurrir en otro planeta; en una dimensión lejana donde no existía otra cosa más que estrellas reflejadas en un espejo de agua que se extendía a nuestro alrededor, hacia la inmensidad.

Una memoria me persiguió por muchos años. Supongo que era muy pequeña, cuando una primavera, me llevaste al club. Era el ocaso y recuerdo poco de lo sucedido en las horas previas. Pero me acuerdo del mar de flores de color rosa. Recuerdo que la brisa mecía (muy suavemente, como si les susurrara) las copas de esos extraños árboles rosados. Tú estabas lejos, muy lejos, parecía. Y yo bailaba sobre los pétalos, como la princesa de un país fantástico, donde todo poseía la misma palidez rosácea. Me pasé los subsecuentes días dibujando la escena, al tiempo que soñaba despierta en medio de la clase. Sólo que en mi dibujo, ¡los pétalos llovían a cántaros! Recuerdo que mi maestra quedó fascinada con la ilustración y la conservó. Yo me quedé con el recuerdo, pero eventualmente me convencí de que aquello había sido una fantasía, ya que no volví a encontrar árboles rosas por ninguna parte.

Los años pasaron. Hasta que un día, me topé con una serie de fotografías de los cerezos que florecen en los parques y calles de Japón. ¡Mi fantasía era verdad! Aunque no existieran ejemplares así en México. En algún lugar del mundo, yacía mi tierra de ensueño. ¿O acaso era tu tierra de ensueño? Tu voz es mi voz interna. Tu corazón enseñó al mío a latir. ¿Cómo puedo yo saber si los pensamientos eran tuyos o míos? Quizás existen, más allá de nosotros, en un jardín que compartimos. En ese amplio y vasto jardín donde habita todo, pero que ya no puebla nadie.

Una mañana de marzo, íbamos juntos, camino a la secundaria. Y ahí, frente a nosotros, yacía una visión mágica: el árbol rosa. “¡Nombre! Mira nomás, qué cosa tan bonita”, fue lo que dijiste. Más tarde, al regresar de la escuela, tenías la respuesta a la pregunta que había distraído mi mente todo el día: Árbol Primavera, les llamaban. Pronto, descubrimos que en Cuernavaca, aquello era algo común. Y entonces, las calles se volvieron ríos de color rosa, que a veces desembocaban en grandes cauces a donde también iban a parar los pétalos morados de las jacarandas. La explosión de color que se esparcía por la ciudad era el manto que protegía nuestro mundo. Nuestro mundo de mentiras.

Porque cada primavera, tú me contaste una mentira. Una dulce, y perfecta mentira, repleta de amor. Hoy, los árboles florecen en tu ausencia. Mas son tuyos; eres tú. La música que llegó el día de mi cumpleaños, como un presente… El regaño que a veces escucho cuando desespero… El embeleso que es verte a ti, reflejado en todo atardecer. Gracias, Abuelito, por cobijar mi vida bajo un cálido manto de pétalos de color rosa.

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