jueves, 6 de octubre de 2011

Hace un siglo, y hoy también.

He tardado mucho en escribir algo para este blog, y no ha sido por falta de ideas, sino por falta de tiempo. (Aunque esto es una mentira, siempre hay tiempo, pero también hay malas maneras de administrarlo).

Originalmente, tenía en mente escribir sobre un tema diferente al que me propongo abordar. Me parece más importante hablar de algo que he presenciado en los últimos días. Pero como siempre, se debe comenzar por el principio.

Tengo una memoria un tanto peculiar. Recuerdo incidentes de prácticamente toda mi vida. Me acuerdo incluso de cosas de cuando era bebe. Una de esas cosas raras, que aún puedo evocar en mi mente, sucedió cuando yo iba en sexto de primaria. Era la primera vez que estudiamos Historia Universal. Por supuesto, las dos grandes guerras mundiales fueron el objeto central del curso.

Cuando leí acerca de la Gestapo, de los abusos infligidos no sólo a judíos, sino también a gente morena o de color, gemelos –quienes se creía eran una anomalía genética –, personas con discapacidades, y ancianos, me costó trabajo creer que la raza humana fuera capaz de tanta atrocidad.  No lo podía creer. Sentía que estaba leyendo algo de ciencia ficción; quizás alguna de las historias de terror que tanto me gustaban. Pero no. Era realidad, y más valía estudiarla para aprobar los exámenes.

A pesar de mi gran desaprobación y repulsión ante el asunto, también sentí un gran alivio. En la escuela, en mi casa, y en el mundo exterior en general, yo percibía cómo era mal vista la discriminación e intolerancia, en cualquiera de sus facetas. Si el mundo había vivido tales aberraciones, ya no volverían jamás. Así me lo aseguré a mí misma.

En la escuela secundaria, preparatoria y universidad fue igual. Leí libros muy inspiradores, como “Roll of Thunder, Hear my Cry”, una novela que habla sobre el racismo en el sur de Estados Unidos durante la primera mitad del siglo pasado. Escuché innumerables veces el famoso discurso de Martin Luther King, “I had a dream”. Recuerdo el horror que me produjo la Santa Inquisición, con sus persecuciones y ejecuciones a mujeres, judíos y básicamente cualquier persona que hiciera algo remotamente sospechoso o a la que se le pudiera inculpar por medio de influencias que le desearan algún mal.

Todo esto forjó en mi una manera de ser; una manera de pensar. A lo largo de mis escasos años de existencia, he conocido personas que son increíblemente diferentes a mi, y que por lo mismo, han aportado valiosos aprendizajes a mi vida. Y me refiero a gente en todos los aspectos: que profesan diferentes creencias, de diversas nacionalidades, de distintas preferencias sexuales, en fin, diferentes hasta en cosas más sencillas, como la forma de comer, las costumbres y roles familiares y sociales.

Sin importar si esas personas me trataron bien, mal, o con indiferencia, de todas aprendí algo. De todas y cada una de ellas. El haberlas conocido me ha hecho una persona más rica, cultural, espiritual y socialmente.

No obstante, existe aún mucha gente que no piensa de esta manera. Su ideal de la vida es rodearse de personas que piensan exclusivamente como ellos, criticar a los que no lo hacen, e intentar convencer a la mayor cantidad posible de personas de adoptar sus ideales. Encuentro artículos, noticias, correos, y opiniones que vociferan argumentos críticos sin fundamento, hacia personas cuya existencia les molesta por una muy simple cuestión: son diferentes a ellos.

Leo la denominación “nacional socialismo americano” y no puedo evitar sentir retortijones en el estómago. Se trata de neo-nazismo al estilo Norteamericano; un movimiento que habla sobre la “supremacía blanca”, y sobre las supuestas conspiraciones de mexicanos y afroamericanos (entre otros), para llegar al poder absoluto de la nación. Un discurso muy parecido al de Hitler, sólo que en su obra “Mein Kampf”, se trataba de judíos.

Lo que me parece absurdo, es la ignorancia con que hablan estas personas, la carencia de cultura y educación, y la falta de un buen argumento para sus ideas. Son libres de decir lo que les plazca…Pero no puedo negar que me irrita leer y escuchar sus disparates inconscientes. Por lo pronto puedo afirmar, que cualquier persona que haya sido afectada por la Segunda Guerra Mundial y por el Nazismo, sea alemana o judía, se la pensaría dos veces en regresar a una manera de pensar tan retrógrada.

Al menos yo puedo afirmar, como mitad alemana, y descendiente de una familia que vivió la guerra, que no es una cosa para tomársela a la ligera. Existe un miedo profundo, palpitante, de que algo así pudiese volver a suceder. Como diría la popular frase de habla inglesa: “Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo”. Y parece ser que, a principios del siglo XXI, existe gente a la que se le olvida.

También me encontré con diversos arranques de ira en contra de las festividades de octubre. Cual cacería de brujas, existen personas que difunden partes de la historia mundial de manera tergiversada, que hablan de celtas y druidas como si de satánicos se tratara, cuando no existen rastros ni pruebas históricas que soporten esto. Se mezclan tradiciones y costumbres con temores infundados. En fin…Torquemada habría sido feliz de aceptarlos en sus filas de inquisidores.

¿Por qué lo diferente nos da tanto miedo? Como si la muerte, la enfermedad y las guerras no fueran suficientes. ¿Por qué enfocarnos siempre en lo malo del otro, en lugar de lo valioso?

Por mi parte, siento tristeza. Son personas que nunca aprenderán el gozo de oír una canción hindú, porque no entienden lo que dice. Nunca podrán aprender de los fuertes y cariñosos lazos que unen a las familias mexicanas o afroamericanas, sólo porque su piel es diferente. Nunca podrán meditar en armonía con la naturaleza, porque su religión no les enseña acerca de ella. Nunca podrán viajar y conocer el mundo, porque en el momento que salgan de sus casas, se sentirán amenazados. Y todas estas cosas, son vivencias afortunadas, que enriquecen el alma, que forjan el carácter y que ayudan a recordar que cada uno de nosotros somos parte de un todo, que no estamos solos.