Por Fatima GalBos
Omnipresente en cada aspecto de
nuestra vida, el lenguaje permea prácticamente toda la existencia humana en colectividad.
Sin aventurarme a entrar en debate sobre si el lenguaje nos distingue como
especie –materia escabrosa y para algunos refutable-, a veces me pregunto qué
tanto nos limita; si, en ocasiones, nos obstaculiza.
“Visions” — Illustrador: Jefferson Muncy |
Pudiera parecer un pensamiento extraño
proveniente de una escritora, siendo que mi razón de ser gira en torno a la
expresión artística a través de la palabra. Pero quizás es justamente esta
condición la que me lleva a enfrentarme con situaciones en las que la
estructura del lenguaje, como lo conocemos al día de hoy, se me presenta
insuficiente.
¿Cuánto hay en la experiencia
humana que resulta indescriptible? Aquellos pensamientos que se filtran por el delicado
velo de la razón y que parecieran no tener sentido, o en todo caso, escaparse
de nuestro control. ¿Y qué es el control, si acaso existe? ¿Deberíamos dejar
que existiera? ¿Quién no ha tenido un pensamiento emergente, sorpresivo,
amorfo, que quisiera descartar, hacer a un lado, negar, ignorar o evadir?
Es el último confín del ser y su
libertad. Tan poca intimidad va dejando la desenfrenada vorágine tecnológica,
que poco a poco nos vamos quedando sin la privacidad del pensamiento, ese
derecho implícito que poseemos al tener una mente –aún- impenetrable.
Es el territorio más fértil para
sembrar tanto el terror como la belleza; para sentir formas indecibles de amor,
carentes de la categorización absurda impuesta por el lenguaje. Si algo nos
enseña el mismo es que todo cuanto existe debe relacionarse a otro objeto
semejante y pertenecer a grupos aglutinantes y finitos.
Pinterest via Michelle McGrath |
Por eso es que el amor sufre una
crisis en estos tiempos (aunque quién soy yo para limitar el fenómeno solo a
una época). Es con la herramienta del lenguaje que hemos decidido –impuesto-
las verdades del amor, sus parámetros y circunstancias, siendo que la mera naturaleza
de estos conceptos es antagónica a la esencia del amor.
¿O es que no se trata de uno de
los sentimientos más sinceros, espontáneos y, por ende, libres? O quizá yo
también, en mi afán por describirlo, termino limitándolo. De cualquier forma,
insisto en que existen tantos matices, colores, formas, medios, distancias,
magnitudes y dimensiones en las que se puede sentir amor que el resultado son
amores innombrables, sin definición.
Tristezas indescriptibles,
alegrías complejas; todos los sentimientos y sus combinaciones que, sin
importar cuánto lo intentemos, carecen de un sentido de justicia hacia la
sensación pura, cruda, originada en los laberintos de la mente. Y no es que me
rebele en contra de la utilidad del lenguaje, sino simplemente que a veces me
resulta atadura.
En ocasiones, lo siento como un
grillete que me impide un vuelo hacia la totalidad de mi ser. De EL ser. Me
paso la vida saboreando lo innombrable, encontrando insatisfactorias mis
habilidades para describirlo en palabras que abarquen su complejidad, sus
tantas capas y niveles:
Los miedos subyacentes en el
devenir diario; la ansiedad existencial que se cola entre los hilos de mi
almohada al anochecer; la gratitud de presenciar un breve momento de
inextinguible belleza y la tranquilidad de sentirme viva en un instante de
quietud y silencio; el temor punzante, el vuelco en el estómago ante el recordatorio
de la ineludible muerte; la resignación ante la volatilidad de nuestra frágil
sociedad, peleando contra el impulso de supervivencia, de lucha.
La terrible realización de que
todos los días tendremos algo que en un futuro cesará de existir, al tiempo que
albergamos anhelos que aún no se ven manifestados; que la felicidad de la niñez
se vuelve añoranza, mientras vivimos, en el mejor de los casos, la
manifestación de las ilusiones formuladas durante la infancia.
El duro golpe de la inmediatez
que intenta engullir nuestro tiempo. Y todos estos pensamientos fugaces en unas
cuantas horas, en un día, en 5 minutos. Imaginar qué sería distinto si
hubiéramos asistido a aquel evento, o hecho aquella llamada. Fantasear con
todas las posibilidades futuras, tanto alegres como dolorosas.
Encontrado en Pinterest. Crédito para el artista. |
Convencernos de los sentimientos
que queremos sentir, aferrándonos, nuevamente, a la sensación de control,
cuando tal vez lo más feliz sería dejarnos ir…Como Ophelia, consumida por su
amor como sus pulmones por el agua, dejándose arrastrar entre lirios y maleza,
libre al fin de toda limitación mortal.
Me refiero, no al suicidio
literal, sino a la muerte de nuestros paradigmas mentales. ¿Y si nos rendimos ante
el caos interno del último santuario individual que es la mente? ¿Acaso no
existe la posibilidad de que encontráramos inesperada belleza? Es mi humilde
hipótesis que el odio, la perversión, la violencia y la maldad no pueden
provenir más que de la opresión, de una esclavitud inicial, del autocastigo y
la autocensura.
Si dejáramos de definirnos a
nosotros mismos podríamos encontrar que somos algo más grande, más poderoso y
hermoso que cualquier categorización. Vivimos muchas vidas, reales e
imaginarias, en una sola vida humana. Y todo sentimiento primigenio surge de
nuestra esencia más noble. Es nuestra conceptualización de las cosas, de los
sucesos, lo que tergiversa. Porque la deformación del pensamiento a través del
masoquismo es la corrupción del alma. Aunque ocultos, los pensamientos
carcomen.
Quién sabe cuál será la verdadera
libertad del ser. Por lo pronto, yo la sigo encontrando innombrable.