Cuando algunos ven a nuestra época como apocalíptica o decadente, yo la veo como una era de transición. Y si tienes una visión cíclica del tiempo, eso es lo que un final significa: el comienzo de algo más. La humanidad ha perpetuado, a lo largo de muchos siglos, algunas actitudes hacia la vida que no podemos pretender borrar o cambiar en unas cuantas décadas. Y toda actitud tiene su razón de ser, casi siempre práctica. Incluso los malos hábitos nacen de alguna necesidad buscando ser satisfecha, o de un problema buscando ser resuelto. Por supuesto, no se puede esperar que una solución pruebe ser definitiva a través del tiempo: lo único constante es el cambio.
Últimamente, me viene mucho a la cabeza el tema del rol de las mujeres; algo que a veces, y en algunos contextos, puede llegar a ser tabú. Las opiniones al respecto parecen estar completamente extrapoladas: se está en el blanco o en el negro, y no hay áreas grises (o no se les admite, aunque sí existan en la vida diaria). Y pienso en ello, obviamente, porque soy mujer y porque los papeles que la sociedad me quiere imponer son muy diversos, y la mayoría de las veces, contradictorios. Lo sé, hablo de la sociedad como un ente homogéneo, pero espero se entienda lo que quiero decir: que mi uso de la palabra sociedad comprende una gama de grupos, individuos, medios de comunicación, tendencias, actitudes, suposiciones, mensajes masivos, etc.
Y tengo que decir algo (a riesgo de sonar necia, ingenua, pretenciosa o sabelotodo): No concuerdo con ningún punto de vista y el tema en general me parece irremediablemente inconcluso, complejo y profundamente arraigado al contexto. ¿Qué es ser mujer? La discusión de los géneros es cada vez más difícil de abordar, ya que la biología no prueba ser para nada determinante. Me voy a poner más coloquial y específica: la sociedad contemporánea y occidental (parece que) quiere que seamos santas, vírgenes, prostitutas, empresarias, madres abnegadas, fierezas, femeninas, masculinas, excelentes deportistas, artistas natas, talentosas cocineras, que seamos ejemplos de virtud, pero que ingiramos alcohol y fumemos cigarrillos en enormes proporciones; que seamos sensibles, pero que por favor no lloremos; que nos casemos de blanco y en la Iglesia, pero que seamos liberales y que no nos casemos porque eso es signo de debilidad, sometimiento y docilidad; que amemos a los hombres, pero que a la vez los tratemos con superioridad y que bajo ninguna circunstancia los necesitemos; que seamos femeninas, pero no demasiado; que tengamos cuerpos perfectos y esculturales, pero que no sean resultado de operaciones porque eso repugnante; que seamos inteligentes e intelectuales, pero que por favor seamos sexy al mismo tiempo…En fin, se entiende la idea, ¿no?
No puedo contar las veces que me he encontrado comentarios apasionados en las redes sociales, en programas de televisión, películas, conversaciones con otras mujeres y diversos medios, sobre lo que las mujeres somos y debemos hacer. He conocido mujeres – que se hacen llamar feministas – cuyo objetivo pareciera borrar cualquier rasgo de igualdad entre géneros, ya que su meta en la vida es demostrar lo mejores que son en comparación a los hombres, cómo podrían regir el mundo sin la necesidad de su existencia (a menos que sea para fines reproductivos, y tal pareciera que buscan la manera de prescindir de ellos incluso para ello), y cómo son seres superiores, sin defectos, perfectos en toda la extensión de la palabra. También he conocido mujeres que rechazan a éstas primeras mujeres (y hasta hacen cara de asco, literalmente, al hablar de ellas), porque las consideran desnaturalizadas, incongruentes, masculinas, soberbias y completamente adversas a todo lo considerado femenino. Son mujeres que hablan de la realización de la mujer a través de la experiencia milagrosa y sagrada de ser hija de alguien, hermana de alguien, esposa de alguien, y por supuesto, madre de alguien. Y ésta última experiencia es particularmente delicada para ellas: es la epítome de la femineidad, no existe algo en la tierra que pueda comparársele, es sublime, y ninguna mujer es feliz sin experimentarlo (cabe mencionar que bajo sus ojos, tampoco existe otra madre más perfecta o entregada que ellas mismas).
Lo que es horrible es ver cómo se lanzan insinuaciones, unas a otras, sobre quien es mejor y más…fregona. Y sí, tal vez suena a exageración mía, a una percepción muy polarizada…pero ese es el tipo de cosas que he visto, oído, leído, y experimentado en carne propia. Puedo hablar de mí misma. Cuando no tenía novio, era una perdedora (quizá lesbiana) que no tenía remedio. Cuando tuve novio, me preguntaban que para cuando la boda. Cuando me casé, me inventaron un chamaco (y cuando eso ya no era excusa, entonces era un deseo irremediable por huir de casa). Ahora, es urgente que tenga bebés (porque si no, me pasarán cosas horribles en el parto), pero es urgente que pronto me haga directora de una empresa transnacional o descubra la cura para el cáncer, porque si no entonces sería sólo una mantenida, falta de carácter y mujer irrealizada. Y si me visto de minifalda, soy una p… Y si me visto de pants, soy una fachosa; si me visto de falda larga, seguro mi marido es un celoso; si traigo escote a las señoras se les salen los ojos de la impresión; si ando tapadita, mis amigas me ven como una amansada. ¡No hay cómo darle gusto a nadie!
Y es que…¡No deberíamos querer darle gusto a nadie! Simplemente no creo que tener un hijo me haga más mujer. Ser mujer no significa “atender” a mi marido (palabra favorita de las mamás, suegras y abuelas), pero tampoco soy más mujer si lo hago sentir menos que yo, o compito todos los días por demostrarle que soy mejor. La igualdad implica que somos iguales (cosa que no somos, afortunadamente, si no, ¡qué aburrida sería la vida!), es decir, que nadie es más valioso, más humano, más inteligente, más hermoso o mejor que el otro, simplemente por pertenecer a un determinado género. No soy mujer por ser una experta en la cama, ni por ser una virgen que generaciones pasadas podrían haber ofrecido en sacrificio. ¿Cuál es la necesidad (y necedad) de etiquetar, simplificar, reducir y resumir a las personas? ¿De asignarles género, cultura, clase social, nacionalidad, raza, etc.? Más que mujer soy un individuo y tengo la certeza de que soy valiosa simplemente a causa de ser. Y no puedo criticar a otra mujer, basándome en el modo en que eligió abordar la vida. Lo que sí es cuestionable es lo que no es auténtico: las decisiones que se toman por conveniencia, por miedo, por odio, por orgullo, por indiferencia, por soberbia, y por cualquier otro motivo o sentimiento negativo, y eso se puede decir de cualquier ser humano.
Pero si una mujer siente la vocación de hacer (o ser) algo, entonces debería ser respetado y celebrado. Si una mujer se siente llamada a ejercer una profesión y entregarse a ella; si una mujer tiene el deseo de ser madre y ser el apoyo, base y guía de una familia; si una mujer decide enfocarse en el mundo espiritual o en la religiosidad; si una mujer quiere ser todas e integrar diversos aspectos de la vida, que la enriquezcan en todas las áreas… Esas, y muchas otras situaciones que no alcanzo a mencionar, me parecen igual de válidas, valientes y necesarias para un mundo diverso, divertido, creativo, inspirador y multifacético.
Bueno, sin afán de terminar esto a manera de discurso motivacional barato, sólo diré que el tema sobre los roles de género es muy complejo y debatible. Definitivamente, la preservación de la especie humana dictaba, en un principio, que hombres y mujeres se dividieran las tareas, talentos y conocimientos. Esa base esencial impulsó el desarrollo de lo que hoy consideramos femenino o masculino. Nuestra realidad superpoblada, multicultural, científica, teológica, tecnológica y globalizada, hace que los bordes limítrofes entre las palabras “hombre” y “mujer” se desvanezcan, se difuminen y converjan en algunos puntos. Me parece una tarea inútil remarcar las palabras, ponerles color, e intentar definirlas en un contexto determinante, concluso y absoluto. Es parte de una serie de etiquetas, las cuales me gustaría abordar en otra ocasión, pero que son bastas y prácticamente innumerables.
Porque, siendo sincera, si un hombre se hace la pregunta de qué lo hace ser hombre en la actualidad, se encuentra en los mismos problemas, incertidumbres, paradigmas y prejuicios que una mujer…